EMOCIONES E INTESTINOS
Hasta hace muy poco dábamos por sentado que las experiencias influían directamente en nuestro cerebro y
considerábamos la respuesta emocional a esa experiencia como un proceso mental. Ahora se sabe que
la primera respuesta emocional a una experiencia es en realidad una respuesta “intestinal”, lo que confirma lo que
el lenguaje ya parecía saber: nudos en el estómago, mariposas en el estómago, patadas en el hígado.
Es decir, todos tenemos más o menos claro que los estados psicológicos influyen en el metabolismo y los procesos
digestivos y pueden alterar nuestra microbiota; lo que nos resulta nuevo y sorprendente es que, a su vez, el estado de nuestro sistema digestivo afecta al funcionamiento cerebral. Hoy en día varios estudios (algunos de
ellos publicados por la prestigiosa revista “The Journal of Clinical Investigation” documentan la
posibilidad de que el equilibrio entre bacterias beneficiosas y dañinas dentro de nuestro intestino
module en gran medida nuestro comportamiento y estado de ánimo.
El cerebro intestinal, al igual que el situado en la cabeza, es un almacén que produce todo tipo de
sustancias psicoactivas. El 90% de la hormona de la felicidad, la serotonina, se produce y almacena en nuestro intestino, al igual que el 50% de la dopamina, el neurotransmisor motivacional.
Investigaciones recientes también han demostrado que el intestino sintetiza
benzodiazepinas endógenas, compuestos químicos con efecto tranquilizante utilizados en la fabricación de
fármacos ansiolíticos (diazepam). Además, se da la circunstancia de que el precursor de la serotonina –
triptófano- está regulado exclusivamente por las bacterias intestinales. El triptófano es un aminoácido
esencial, es decir, no lo sintetiza nuestro organismo y solo lo podemos conseguir a través de los alimentos y cumple funciones muy importantes, entre ellas, las más conocidas son las relacionadas con el sistema nervioso ya que ejerce un potente efecto calmante. Estabiliza el estado de ánimo y combate la ansiedad, la depresión
y los trastornos del sueño.
Una investigación del Dr. Campioli en la Universidad de Módena en Italia concluyó que es posible
regular la concentración de estos compuestos en la sangre, simplemente complementando la dieta
con probióticos y prebióticos.
Los grandes enemigos del triptófano, precursor de la serotonina, son los azúcares y las harinas
refinadas que alimentan las bacterias dañinas de nuestra microbiota y algunos hongos que matan las bacterias
beneficiosas. De nuevo, la alimentación como tratamiento y cura: eliminando o reduciendo el consumo de productos
industrializados, aseguramos una buena producción natural de serotonina por parte de nuestro intestino.
El estreñimiento, por ejemplo, está directamente relacionado con la falta de serotonina, esta carencia a nivel cerebral
provoca decaimiento y pesimismo, y a nivel intestinal limita la motilidad muscular. Aquellas personas
que, en cambio, sufren diarrea o colon irritable en lugar de sufrir apatía
son más propensas a sufrir ataques de ansiedad o pánico. El profesor Michael Gerson, jefe del Departamento de Anatomía y Biología Celular de la Universidad
de Columbia y conocido como el padre de la nueva disciplina científica llamada
neurogastroenterología, y autor del libro El segundo cerebro, afirma: “El sistema nervioso
entérico es un vasto almacén químico en el que están representadas todas y cada una de las clases de neurotransmisores
que operan en nuestro cerebro, y la multiplicidad de neurotransmisores en los
intestinos sugiere que el lenguaje hablado por las células del sistema nervioso
abdominal es tan rico y complejo como el del cerebro”.
Los datos expuestos hablan por sí solos, sin embargo, la gran mayoría de los psiquiatras de la medicina
convencional siguen aferrados al esquema simplista que considera al cerebro como el
gran ordenador central, y por tanto tratan los trastornos mentales y todos los trastornos cognitivos como “averías” en ese aparato, ignorando por completo estos estudios e investigaciones sobre el intestino.
Irving Kirsch, director asociado del Programa de Estudios sobre Placebo de la Universidad de Harvard y
profesor emérito de psicología en las Universidades de Plymouth, en el Reino Unido, y
Connecticut, en Estados Unidos, saltó a las redes allá por 2002 con un artículo
incendiario titulado “Los nuevos fármacos del Emperador”, en el que con naturalidad y argumentación
contaba la manipulación de datos que llevó a la aprobación de la comercialización de antidepresivos y ansiolíticos tan famosos como “Prozac” o “Paxil”. Kirsch continuó luego su investigación con
datos concretos y rigor y escribió un libro, Los nuevos fármacos del Emperador: Explotando el
mito de los antidepresivos, a través del cual cuestiona la visión biologicista y reduccionista de la
enfermedad mental y la práctica médica “sagrada” desde la que hasta ahora se ha abordado.
Cuando se abre el campo de visión, dejando atrás prejuicios y verdades inamovibles, aparece la luz,
quizás algún día seamos capaces de generar remedios a nuestros trastornos desde dentro,
manteniendo una microbiota variada y equilibrada, sin necesidad de recurrir a fármacos adictivos,
cargados de efectos secundarios.
Marisia Jiménez, N.D.
Basado en el libro de Camila Rowlands